“Precisamente, somos más que la suma de las partes”
Carmen Vázquez Bandín
Durante muchos siglos, la reflexión, el estudio y la filosofía sobre el ser humano han separado a este de su entorno haciendo hincapié en su individualidad. Al mismo tiempo, como niños llenos de curiosidad, hemos dividido, fragmentado la naturaleza del ser humano creando Ciencias para estudiarlo y explicarlo. La Anatomía, la Psicología, la Fisiología, la Sociología, la Antropología, etc. nos dan múltiples y variadas visiones del ser humano. Todas fragmentadas y, en la mayoría de los casos hasta incompatibles.
Pero en todos los casos, hemos olvidado, en nuestros estudios, tres verdades obvias:
La primera de ellas es que estamos hechos de “una sola pieza”, que somos seres holísticos, que cada vez que un estímulo, interno o externo, nos toca, reaccionamos con todo nuestro ser aunque un aspecto de nosotros sea el que llame nuestra atención y, aparentemente, parezca el único. Por ejemplo, mientras estamos en una conversación interesante, si empezamos a sentir mucho frío… esto va a afectar a nuestra atención y vamos a cambiar, de forma global, la prioridad de nuestra necesidad. O si un niño tiene sarampión o cualquier otra enfermedad a la que consideramos “física”, posiblemente se ponga pesado y cariñoso, o apagado o malhumorado… que corresponde al ámbito psicológico o anímico. Cada reacción al entorno, sea cual sea su manifestación, implica a la persona en su totalidad.
La segunda obviedad es que el ser humano, gracias a su capacidad reflexiva, gracias a los que los teóricos llaman “self”, es un animal que se ha alzado por encima de la “animalidad” hasta cimas que ningún otro animal haya podido alcanzar. Esto nos lleva, en palabras de Zygmunt Bauman a “elevarnos, colectiva e individualmente, por encima de la finitud de nuestra vida corporal, sabiendo, sin embargo, que el vuelo de la vida acabará inevitable (y literalmente) en tierra”.1 Esta dualidad es el origen de todos nuestros esfuerzos por encontrar una respuesta que aúne nuestra naturaleza. Sabiéndonos seres finitos y temporales y no sabiendo cómo resolverlo encontrando la inmortalidad, hemos tratado de salvar nuestra angustia buscando formas materiales de llenar ese “espacio” entre el cielo y la tierra, creando continuamente modos de perdurar. Sintiendo un cierto orgullo de haber vencido así a la muerte.
La tercera característica es que, en nuestra naturaleza, también, está, como punto de partida, el ser animales sociales. Que necesitamos al grupo, al otro para poder existir, y que en él y con él tratamos de encontrar un significado a nuestras experiencias. No existe un “Yo” si no tenemos un “No-yo” como referencia. De este modo oscilamos continuamente entre el “Yo” y el “Tú/Vosotros” para sentirnos, breve y temporalmente “Nosotros”. La necesidad de pertenencia está arraigada de forma permanente en nuestra naturaleza. Hasta el ermitaño que decide la opción de “abandonar el mundo” tiene presente a los otros, a los que decide renunciar, ya que para poder renunciar a algo o a alguien hace falta que esté en nuestro mundo, en nuestras referencias de la vida.
Es, por tanto, nuestra condición natural, resumida en estas tres características, lo que nos ha empujado y nos empuja a elevarnos por encima de ella, al mismo tiempo que la desarrollamos, en el sentido de “despliegue” de potencialidades. A medias entre los animales y los ángeles, no tenemos solamente cuerpo, o solamente “espíritu”, en el sentido psicológico del término, buscamos, desde los albores de la humanidad una respuesta a nuestro dilema, una integración de nuestra dualidad, un significado a nuestra existencia, un destino que aplaque nuestras incertidumbres y nos dé respuestas.
Cuando el “hombre de Cromagnon”, tiró su “hueso-herramienta” al aire para “apropiarse” del mundo y hacerlo suyo, como hemos visto muchos de nosotros, de un modo simbólico, en la película “2001, una odisea en el espacio”, se encontró consigo mismo y con “su manada”, que diría Deleuze, y con un interrogante: “¿quién soy/somos?, ¿a dónde voy/vamos?”. Más de veinte siglos después seguimos haciéndonos las mismas preguntas, como, también, se las hicieron los filósofos griegos, romanos, árabes, en la Edad Media europea, en América. En cualquier cultura desde que empezó a florecer el pensamiento filosófico.
Pero al descubrirse el ser humano a sí mismo descubrió “luces” y “sombras”. Si utilizo el mito del Paraíso para tratar de explicar el camino, la dirección del “despliegue” de nuestra naturaleza, podría decir que Adán y Eva comieron del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y con ello descubrieron la libertad, y la duda, y la necesidad de vivir para experimentar, y los sentimientos, y la compañía (que es la parte afectiva y emocional de la pertenencia “instintiva”). Pero que sepamos, no comieron nunca del Árbol de la Vida. Y se encontraron con dos conflictos: el manejo de la libertad con todo lo que eso implica de elecciones, conflictos, escrúpulos, rechazos, etc. Como un individuo dentro de una colectividad, y la consciencia de esta naturaleza “entre el cielo y la tierra” de la que hablaba antes, que marcan y dan sentido a nuestro desarrollo y evolución.
Inscritos fundamentalmente como seres temporales, lo que era “una manada” da origen a un “clan” regido, ya, por un lenguaje común, posiblemente subvocal de gruñidos y onomatopeyas al principio y, poco a poco, simbólico; por unas normas “rudimentarias” de relación y convivencia que acabaron siendo normas y preceptos morales y leyes cívicas; por unos mitos “mágicos” y ritualísticos que acabaron siendo religión, espiritualidad y trascendencia; por unas formas lúdicas de compartir los momentos de ocio y de celebración que dieron lugar al arte en todas sus múltiples manifestaciones… La “sociedad” y la “cultura” empezaban a ser las creaciones del ser humano y estas co-creaciones, al mismo tiempo, le transformaban a él. Y seguimos transformándonos y transformando.
La “sociedad”, es el nombre del acuerdo y la participación, y también es el poder que confiere dignidad a lo que se ha acordado y es compartido. La sociedad es nuestra co-creación y el único reto humano, ya que supone el equilibrio entre la libertad y la seguridad de la pertenencia.
La “cultura” y como manifestación de esta, el “arte” son productos de esa sociedad formada por individuos. Y las teorías, religiones, políticas… las maneras propuestas por distintas sociedades (tanto en el tiempo como en el espacio) son sugerencias temporales para resolver el dilema de nuestra naturaleza y sugerir un modelo para poder obtener un poco de satisfacción y felicidad.
Lo que, en un principio, “giraba” en un flujo fluido de figuras y fondos entre la individualidad y la sociedad, entre la finitud y la eternidad, algunas de las creaciones humanas, como, por ejemplo, las instituciones, o las ciudades que, poco a poco, multiplicaron su densidad de población, etc. fueron alejándose de los individuos, y los individuos se fueron apartando de su compromiso y de su necesidad de cooperación y participación.
“Como muestra, vale un botón”, dice un dicho popular, por lo que voy a poner un ejemplo, haciendo un breve excurso: hay tres términos que, actualmente vuelven a estar de moda, urbs, polis y comunitas. Y, aunque no sea la “especialidad” que nos atañe a nosotros, mi ejemplo va a empezar refiriéndose a la arquitectura. Polis y Urbs son dos conceptos que si bien sus orígenes nos hablan, el primero, de Grecia refiriéndose a “la ciudad”, y el segundo del Imperio Romano, con el mismo significado de ciudad, fue, en el siglo XI cuando empezaron a tener otro significado, junto con otra palabra: Civitas. Este triunvirato se convirtió en tema clave en la construcción de las ciudades europeas. Mientras que la Urbs pasó a designar la construcción de edificios y el diseño material de las ciudades, el concepto de Polis cobró un significado más “psicológico”, refiriéndose a las comunidades sociales, étnicas, laborales, etc. dentro de una ciudad. Civitas, designaba a los ciudadanos tomados individualmente.
De estas palabras han surgido: Urbanismo, de Urbs, Política de Polis, y Civilización, de Civitas. Dando origen a tres aspectos de una misma realidad cada vez más desligados entre sí y que no hacen sino incrementar la confusión del “hombre de la calle” que diría Paul Goodman.
Si de estas tres palabras, tan alejadas ahora entre sí me centro, durante un segundo en “política” podemos ver que Castoriadis, filósofo francés, de origen griego, cuyo pensamiento se ha desarrollado en pleno siglo XX, dice “entiendo por política una actividad colectiva reflexiva y lúcida, que apunta a la institución global de lasociedad2”. Hacer “política” en este sentido supone esforzarse, abiertamente, por cambiar la sociedad y hacerla más vivible, más enriquecedora. La política no acepta, pasiva y ciegamente, lo que está instituido, sino que lo cuestiona y trata de hacerlo flexible y cambiante.
Los politae griegos o los burgueses europeos no se dedicaron a cambiar las instituciones, la filosofía, los valores, el pensamiento y el saber con la única meta de probar que eran capaces de llevar a cabo este cambio, o de hacerse ricos. Intentaron, más bien, crear una situación permitiendo un principio de realización de la autonomía individual y social.
¿Qué podríamos decir ahora de nuestros políticos, o de nuestros “urbanistas” o constructores de nuestras ciudades (¿o tendría que llamarlas colmenas, solamente para abejas reina?)? ¿Nos consideramos a nosotros mismos como “políticos” en el sentido de influir con nuestro modo de comportarnos o nos dedicamos, exclusivamente, a nuestras cosas como lo único importante? ¿Qué ha pasado con nuestro sentirnos seres pertenecientes a una comunidad? ¡Nos basta preguntar a alguien que le sugiere “comunidad de vecinos”! En mi opinión, el éxito del actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, es un ejemplo diría yo, de una promesa de vuelta al concepto político de atender las voces de la gente y de potenciar el esfuerzo colectivo de participación popular en el ámbito de la comunidad, sin olvidarse de sí mismo y de su responsabilidad. Con sus planteamientos y con su actitud, por el momento, intenta promover la vuelta, yendo hacia delante, al “estado original” del ser humano aprendiendo del recorrido ya hecho y tratando de recuperar nuestra esencia y nuestros valores más básicos: el grupo, la responsabilidad, la participación, el baile constante de un Yo/Nosotros.
Pero si volvemos al estado actual de nuestra forma de actuar, desde hace tiempo, a esta brecha que cada vez se ha hecho más insalvable, a esta “locura” entre ser, al mismo tiempo, seres individuales y sociales, finitos y eternos, podemos observar que el conflicto nos ha llevado a hacer una nueva co-creación: la neurosis, y con ella el nacimiento de la psicología, de la psicopatología y de la psicoterapia. ¿Cómo puede el ser humano reconciliar sus necesidades sociales y sus necesidades individuales, sabedor de su muerte y con ansias de inmortalidad? Y volvemos a ser creativos en teorías, escuelas, planteamientos, hipótesis y modos de resolución del dilema (lo que conocemos como teorías psicológicas y escuelas de psicoterapia) pero no es fácil aliviar el sufrimiento humano ante esta división, a la que podríamos llamar “fragmentación” de nuestra esencia, de tan intensa que es. Y nos aferramos a uno de estos polos que nombraba aal principio, sintiéndonos altruistas o egoístas, materialistas o trascendentes, emocionales o racionales… siempre en una elección polar, aplicando a esta rigidez el apelativo de “carácter”.
¡Millones de años de evolución y siempre la misma tarea! ¿Cómo podemos integrar nuestra naturaleza holística, a un tiempo individual y social, entre el cielo y el suelo, entre altruismo y egoísmo, y conseguir un poco de felicidad y de sosiego?
Yo tampoco tengo “la” respuesta. Pero resolver nuestra “finitud” asentándonos rígidamente en el individualismo y en la “especificidad” que nos proporciona la rigidez ya estamos viendo que no es la solución, como tampoco lo es la rigidez de entregarnos ciegamente a los otros y correr, con el paso del tiempo, hacia nuestra meta que es la muerte… ¿Quizás la solución está en sustituir “rigidez” por “flexibilidad” y en hacer nuestras las palabras de Machado cuando decía “se hace el camino al andar”?
Flexibilidad que no quiere decir que “todo vale” o que hago lo que me parece sin contar con el otro. En palabras de Bauman, actualmente hemos dejado la rigidez para pasar, no a un estado fluido sino “líquido”, constantemente cambiante, pero no flexible. Flexibles como la ductilidaddel junco que está sólidamente agarrado pero es capaz de dejarse mecer por el viento más huracanado.
Si somos seres “entre el suelo y el cielo”, en constante transito hacia la eternidad ¿no será una vida bien vivida, entendida como el baile constante entre el Yo y el Nosotros, sólidamente aferrados a nuestras cualidades humanas consensuadas lo único que puede darnos consuelo?
Deseo que estas jornadas os sean muy productivas, y quiero acabar con una frase que los fundadores de mi forma de entender la psicoterapia y, por lo tanto el alma humana, nos han dejado: nuestro trabajo, tomado con seriedad, no ofrece curación a todos los problemas que hacen presa en los humanos por el simple hecho de que esto es inherente a la condición humana. No ofrece un camino para volver a las puertas del Edén. Pero si puede ayudar a vivir mejor en un mundo caído.
Conferencia Inagural del VI Congreso Nacional de Estudiantes de Psicología, celebrado en la Universidad Miguel Hernández de Elche, del 1 al 3 de Abril del 2009.
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