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viernes, 30 de abril de 2010

SINCRONICIDAD

SINCRONICIDAD ( GR: syn: conjuntamente, chronos: tiempo)

La mayoría de nosotros hemos observado en el curso de nuestra vida coincidencias en las que dos o más acontecimientos independientes y sin aparente conexión causal parecen, no obstante, constituir un patrón de significado. En ocasiones, la fuerza interna de ese patrón nos asombra hasta tal punto que nos cuesta creer que la coincidencia se deba únicamente al azar. Los acontecimientos dan la clara impresión de haber sido dispuestos con toda precisión, de haber sido imperceptiblemente orquestados.
Jung describió por primera vez este notable fenómeno que denominó sincronicidad, en un seminario de 1928. Continuó sus investigaciones a lo largo de más de 20 años antes de intentar por fin una plena formulación del mismo, a principios de los años 50. Presentó su influyente análisis de la sincronicidad, todavía en gestación, en su última ponencia en las conferencias Eranos, a la que de inmediato siguió una larga monografía. Desarrollado en parte en discusiones con físicos, en especial con Einstein Wolfgang Pauli, el principio de sincronicidad presentaba paralelismos con determinados descubrimientos de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. Sin embargo, a causa de su dimensión psicológica, el concepto de Jung resultaba especialmente pertinente ante el cisma de la cosmovisión moderna entre el sujeto humano en busca de sentido y el mundo objetivo vacío de sentido. Desde el primer momento, este principio ha ocupado una posición única en los análisis contemporáneos, pues los físicos lo han descrito como un reto capital a los fundamentos filosóficos de la ciencia moderna y, al mismo tiempo, los estudiosos de la religión han visto en él profundas implicaciones para la psicología de la religión. La cantidad de libros y la atención que, tanto entre eruditos como entre el público en general, se dedicaron al concepto y al fenómeno ha ido aumentando de una década a otra. A menudo Jung se interesó particularmente por las coincidencias significativas debido, sin duda, a que la frecuencia con que ocurrían había ejercido una considerable influencia en su propia experiencia vital. También observó que en el proceso terapéutico de sus pacientes, esos acontecimientos desempeñaban repetidamente un papel a veces poderoso, sobre todo en periodos de crisis y transformación. La espectacular coincidencia de significado entre un estado interior y un acontecimiento exterior simultáneo parecía producir en el individuo un movimiento sanador orientado a la plenitud psicológica y mediado por la inesperada integración de realidades internas y externas.
El ejemplo clásico de una experiencia crucial de sincronicidad es la conocida descripción de Jung del caso del escarabajo de oro:
Mi ejemplo se refiere a una joven paciente que, a pesar de los esfuerzos de ambas partes, demostraba ser psicológicamente inaccesible. La dificultad estribaba en que siempre estaba mejor informada acerca de todo. Su excelente educación le había proporcionado un arma perfectamente idónea, a saber, un racionalismo cartesiano muy refinado, con una impecable concepción “geométrica” de la realidad (como en el típico modo de demostración lógica de Descartes). Tras varios e infructuosos intentos de suavizar su racionalismo con un poco más de comprensión humana, tuve que limitarme a confiar que ocurriera algo inesperado e irracional, algo que hiciera estallar la burbuja intelectual en la que se había encerrado. Pues bien, un día estaba yo sentado frente a ella, de espaldas a la ventana, escuchando su flujo de retórica. La noche anterior, ella había tenido un sueño impresionante en el que alguien le entregaba un escarabajo de oro, una lujosa pieza de orfebrería. Mientras me contaba su sueño, oí detrás de mí que algo golpeaba suave y repetidamente la ventana. Miré y vi que se trataba de un insecto volador bastante grande, que golpeaba el cristal de la ventana dese afuera en un evidente esfuerzo por entrar en la habitación oscura. Esto me pareció muy extraño. Abrí la ventana de inmediato y cogí el insecto en el aire mientras entraba. Era un escarabajo, una Cetonia aurata, cuyo color verde dorado lo hace muy semejante a un escarabajo de oro. Le entregué el insecto a mi paciente mientras le decía: “Aquí está su escarabajo”. Esta experiencia finalmente perforó su racionalismo y rompió el hielo de su resistencia intelectual. A partir de ese momento se pudo proseguir el tratamiento con resultados satisfactorios.
La extraordinaria coincidencia entre la imagen poderosamente simbólica que la mujer había experimentado en su sueño la noche anterior, y que en ese preciso momento estaba relatando, y la espontánea aparición en la ventana de un insecto que era lo mas parecido al escarabajo de oro que se puede encontrar en nuestras latitudes, penetró eficazmente a través de la coraza intelectual con la que la paciente había estado bloqueando su desarrollo psicológico. En ese momento su ser natural podía irrumpir... y el proceso de transformación ponerse finalmente en marcha”.
Richard Tarnas

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